La paraula, les paraules … Tan utilitzades, sovint tan mal utilitzades. Massa utilitzades, tan manipulades. Malalts de tantes paraules. Males paraules i bones paraules. Paraules que no són el que semblen i d’altres que no semblen el que són.
La mateixa naturalesa humana ens diu que hauríem d’escoltar el doble del que parlem, però tant se val. Els oradors de torn no paren d’afusellar-nos amb un reguitzell de paraules. Tota una riuada de paraules: apocalíptiques, enganyoses, punyents, ocurrents, inoportunes, encertades, errades, pessimistes, optimistes, … Massa sovint poc transparents, embolcallades d’una alè propera a la d’una arma feridora, soterrada, invisible. Tants personatges il·lustres, des de polítics a financers i tota altra mena de dispensadors públics de paraules, utilitzen perillosament la tècnica d’oferir una paraula bonica, acceptable, fàcilment digerible; quan en realitat estan parlant de realitats ben diferents. Sentim a parlar de justícia, se n’omplen la boca d’aquesta noble paraula, la proclamen per places i carrers. Llàstima que en realitat volen de dir venjança. En altres ocasions però, se’ns parla d’aïllament, paraula negativa on n’hi hagi, on aneu a parar, en ple segle XXI, qui parla d’aïllar-se? els signes dels temps són uns altres. Però en realitat volen parlar de voluntat de ser d’un poble.
El cas és, confondre, dividir, ferir, atacar, … I és que la paraula és un arma ben poderosa, ja ho diu el poeta. Gabriel Celaya, poeta basc, ens va deixar un poema extraordinari: “La poesia es un arma cargada de futuro”, musicat per en Paco Ibañez. Veient com s’utilitza interessadament el llenguatge com a arma he reflexionat sobre aquesta poesia. Potser alguns obliden que la paraula és una arma que tots tenim. Que no prenguem mal!
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel Celaya